Me encanta esta parte —chilló Arriane.
Tres ángeles y dos Nephilim se sentaban al borde de una baja nube gris sobre una residencia de estudiantes con forma de U, en el centro de Connecticut.
Roland le sonrió.
—¿No me digas que ya lo has visto antes?
Sus maravillosas alas doradas estaban extendidas y plegadas de manera que Miles y Shelby pudieran sentarse en ellas y permanecer en el aire, como una manta de picnic en un autocine en el Cielo.
Los Nephilim no habían visto a los ángeles en más de doce años. Y a pesar de que Roland, Arriane y Annabelle no mostraban señales físicas del paso del tiempo, los Nephilim habían envejecido.
Llevaban los mismos anillos de boda, y las esquinas de sus ojos se arrugaban con las líneas de las sonrisas ganadas por años de matrimonio feliz. Debajo de su deteriorada gorra de béisbol azul, el cabello de Miles se había vuelto ligeramente gris en las sienes. Sus manos descansaban en el vientre de Shelby, el cual aumentaría los siguientes meses por el bebé que crecía dentro.
Ella se frotó la cabeza como si acabara de salvarse de una conmoción cerebral.
—Pero Luce no come pepperoni. Es vegetariana.
—¿Eso es lo que recuerdas de esta escena? —Anabelle puso los ojos en blanco—. Luce es diferente ahora. Es la misma chica con detalles distintos. No ve las Anunciadoras, y no ha tenido que ver a cada psiquiatra de la costa este. Es mucho más normal, lo cual la aburre hasta las lágrimas pero —Annabelle sonrió—, creo que a la larga va a ser muy feliz.
—¿No les parece que estas palomitas están como quemadas? —preguntó Miles, masticando ruidosamente.
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—No te comas eso —dijo Roland arrancando las palomitas de la mano de
Miles—. Arriane las sacó de la basura después de que Luce prendiera fuego a la cocina de la residencia.
Miles comenzó a escupir enfáticamente, inclinándose sobre el borde de las alas de Roland.
—Fue mi forma de conectarme con Luce —Arriane se encogió de hombros—. Pero si lo necesitas, aquí tienes cacahuetes cubiertos de chocolate.
—¿No es algo raro verlos a esos dos como si fuera una película? —preguntó Shelby—. Deberíamos imaginarlos como en una novela, un poema o una canción. A veces me siento oprimida por la reducción del medio fílmico.
—¡Eh! Roland no tuviste que salir aquí, Nephilim. Así que no vayas de listillo. Solo mira, observa. —Arrianne aplaudió con entusiasmo—. Él le está mirando el pelo. Apuesto a que esta noche irá a su casa y hará un boceto de ella. ¡Qué mono!
—Arriane, se te da demasiado bien ser una adolescente —dijo Roland—. ¿Por cuánto tiempo vamos a estar mirando? Quiero decir, ¿acaso no se han ganado algo de privacidad?
—Tienes razón —dijo Arriane—. Tenemos otras cosas que hacer en nuestro
itinerario celestial, como…
Su sonrisa cayó cuando no pudo pensar en nada.
—¿Así que se siguen viendo chicos? —le preguntó Miles a Arriane, Annabelle y
Roland—, desde que Roland, ya saben...
—Por supuesto que nos vemos —dijo Annabelle sonrió a Roland.
—Porque aún estamos trabajando en él. Incluso después de todos estos años. El Trono inventó el perdón ¿sabes? —Roland sacudió la cabeza—. No creo que la redención celestial esté en las cartas por el momento. Todo es tan blanco allí arriba.
—Nunca se sabe —intervino Arriane—. Podemos ponernos muy convincentes cuando queremos. Miren abajo y digan hola. Recuerden: Es gracias al Trono que Daniel y Luce están juntos ahora.
Roland se puso serio, mirando mas allá de la escena de abajo, hacia una oscura y distante nube.
—El equilibrio entre el Cielo y el Infierno estaba bien la última vez que lo revisé. No me necesitan para equilibrar la balanza.
—Siempre queda la esperanza de que algún día todos estemos juntos de nuevo
—dijo Annabelle—. Luce y Daniel son el ejemplo, ningún castigo es eterno. Tal vez, ni siquiera el de Lucifer.
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—¿Alguno sabe algo sobre cam? —preguntó Shelby. Por unos momentos la
nube se quedó en silencio. Entonces Shelby se aclaró la garganta y se giró hacia Miles—. Bueno, hablando de cosas que no son eternas, el turno de nuestra niñera ya casi termina. Nos cobró un suplemento la semana pasada, cuando el partido de los Dodgers se convirtió en horas extras extra.
—¿Quieren algún anticipo de la primera cita de Luce y Daniel? —preguntó
Anabelle.
Miles señaló hacia la tierra.
—¿No se supone que tenemos que dejarlos solos? —preguntó.
—Estaremos ahí —dijo Shelby—. No lo escuches. —A Miles le dijo—: No hables. Entonces los ángeles, el demonio, y los Nephilim volaron hacia un rincón distante
del cielo, dejando una momentánea estela de luz tras ellos, mientras debajo, Luce y Daniel se enamoraban por primera y última vez.