Diecisiete años má tarde.
Luce sujetó la tarjeta llave de su dormitorio entre los dientes, estiró el
cuello para hacerla pasar a través de la cerradura, esperando el pequeño clic eléctrico, y abrió la puerta con la cadera.
Sus manos estaban llenas: su cesta de la ropa plegable de color amarillo estaba colmada con ropa, la mayoría había encogido durante su primer ciclo de secado fuera de casa.
Dejó caer la ropa en su estrecha litera inferior, asombrada de haber encontrado una manera de meter tantas cosas en un espacio de tiempo tan corto. Toda la semana de orientación de primer año en el Colegio Esmeralda había pasado en una inquietante nebulosa.
Nora, su nueva compañera de cuarto, la primera persona fuera de la familia de Luce que la vio usando su retenedor (pero fue genial, porque Nora tenía uno, también), estaba sentada en el alféizar de la ventana, pintándose las uñas y hablando por teléfono.
Ella siempre se estaba pintando las uñas y hablando por teléfono. Tenía un estante entero dedicado a botellas de quitaesmaltes y ya le había hecho a Luce dos pedicuras en la semana en la que se habían conocido.
—Te estoy diciendo que Luce no es así. —Nora saludó con entusiasmo a Luce, quien se apoyó en el somier de la cama, escuchando a escondidas—. Ella nunca ha besado a un chico. Está bien, una vez, Lu, cuál era el nombre de ese chico renacuajo, el del campamento de verano del que me hablaste…
—¿Jeremy? —Luce arrugó la nariz.
—Jeremy, pero fue, como, verdad o atrevimiento o algo así. Un juego de niños.
Así que sí…
—Nora —dijo Luce—. ¿Esto es algo que realmente debas compartir con… quién
sea que estás hablando?
—Sólo Jordan y Hailey. —Se quedó mirando a Luce—. Estamos en altavoz. ¡Hola!
258
Nora señaló por la ventana a la oscura noche de otnño. Su dormitorio estaba en
un bonito edificio de ladrillo blanco en forma de U con un pequeño patio en el centro, donde todo el mundo se juntaba todo el tiempo. Pero ese no era el lugar al que Luce estaba señalando. Directamente a través de la ventana del tercer piso de Luce y Nora había otra ventana del tercer piso.
El cristal estaba levantado, piernas bronceadas colgando fuera, y dos brazos de chicas aparecieron, saludando.
—¡Hola, Luce! —gritó una de ellas.
Jordan, valiente rubia fresa de Atlanta, y Haliey, pequeña y siempre riéndose, con el pelo negro y espeso que caía en oscuras cascadas alrededor de su cara. Ellas parecían agradables, pero ¿por qué estaban discutiendo todos los chicos que Luce nunca había besado?
La universidad era tan extraña.
Antes de que Luce hubiera conducido los más de tres mil kilómetros hasta el Colegio Esmeralda una semana antes, podría haber nombrado cada vez que había estado fuera de Texas—una vez para las vacaciones familiares a Pikes Peak en Colorado, dos veces para el campeonato regional de natación se encontraron en Tennessee y Oklahoma (el segundo año, batió su propio récord personal en estilo libre y se llevó a casa una cinta azul para el equipo), y las vacaciones anuales de visita en casa de sus abuelos, en Baltimore. Mudarse a Connecticut para ir a la universidad fue un gran negocio para Luce. La mayoría de sus amigos del Instituto de Secundaría Plano iban a las escuelas de Texas. Pero Luce siempre había tenido la sensación de que había algo esperando su salida en el mundo, que tenía que salir de casa para encontrarlo.
Sus padres la apoyaban —sobre todo cuando consiguió esa beca parcial por su estilo mariposa. Había metido toda su vida en una bolsa de lona roja de gran tamaño y llenado un par de cajas con sus recuerdos sentimentales favoritos de los que no podía separarse: el pisapapeles de la Estatua de la Libertad que su padre le había traído a su regreso de Nueva York; una foto de su madre con un mal corte de pelo cuando tenía la edad de Luce, el peluche que le recordaba al perro de la familia, Mozart. La tela a lo largo de los asientos traseros de su maltrecho Jeep estaba deshilachada, y olía como polos de cereza, y esto era confortable para Luce. Así estaba viendo la parte de atrás de las cabezas de sus padres cuando, mientras, su padre conducía al límite de velocidad durante cuatro largos días hasta la Costa Este, parando de vez en cuando para leer los marcadores históricos y hacer un recorrido en una fábrica de galletitas saladas en el noroeste de Delaware.
Hubo un momento en el que Luce pensó en dar marcha atrás. Ya estaban a dos días de casa, en algún lugar de Georgia, y el —atajo— de su padre a su motel les llevó a lo largo de la costa, donde la carretera tenía grava y el aire empezaba a apestar desde esa maloliente hierba. Estaban apenas a un tercio del trayecto a la
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escuela y Luce ya echaba de menos a su perro, la cocina donde su madre hacía
bollos, y a propósito, a finales del verano, los Rosales de su padre crecían en torno
a su ventana, llenando la habitación con su olor suave y la promesa de ramos de
flores recién cortadas.
Y fue entonces cuando Luce y sus padres pasaron por delante de un largo y tortuoso camino con una puerta alta y premonitoria que parecía electrificada, como una prisión. Un cartel en el exterior de la puerta decía en letras mayúsculas de color negro ESPADA & CRUZ ESCUELA REFORMATORIO.
—Eso es un poco inquietante —sonó su madre desde el asiento delantero, mirando hacia arriba desde su revista de decoración—. ¡Me alegro que no vayas a esa escuela de allí, Luce!
—Sí —dijo ella—. Yo también. —Se volvió y miró por la ventana hacia atrás hasta a las puertas desapareciendo en los sinuosos bosques. Entonces, antes de darse cuenta, estaban cruzando Carolina del Sur, más cerca de Connecticut y su nueva vida en el Colegio Esmeralda con cada revolución de los nuevos neumáticos del Jeep.
Entonces estaba allí, en su residencia, y sus padres estaban de vuelta en Texas. Luce no quería que su mamá se preocupara, pero la verdad era que estaba desesperadamente nostálgica.
Nora era genial—no era eso. Habían sido amigas desde el momento en que Luce entró en la habitación y vio a su nueva compañera de cuarto girar un póster de Albert Finney y Audrey Hepburn en Dos en la Carretera. El vínculo se cimentó cuando las chicas habían tratado de hacer palomitas de maíz en la cocina de la residencia a las dos de la mañana la primera noche y sólo lograron encender la alarma contra incendios, enviando a todo el mundo fuera en pijama. Toda la semana de orientación, Nora había salido de su camino para incluir a Luce en cada uno de sus muchos planes. Había ido a una escuela preparatoria de lujo antes de Esmeralda, así que entró en orientación de la universidad ya acostumbrada a la vida dentro de una residencia. No le parecía extraño que hubiera muchos chicos viviendo en la puerta de al lado, que la estación de radio online del campus era la única manera aceptable para escuchar música, que había que pasar una tarjeta para hacer cualquier cosa por aquí, que los documentos de clase tendrían que tener la friolera de cuatro páginas.
Nora tenía todos estos amigos de la Preparatoria Dover, y parecía tener doce más cada día —como Jordan y Hailey, todavía colgando y saludando a través de su ventana.
Luce quería mantener el ritmo, pero se había pasado toda la vida en un somnoliento rincón de Texas. Las cosas eran más lentas allí, y ahora se dio cuenta de que le gustaba de esa manera. Se encontró suspirando por cosas que siempre había dicho que odiaba en su casa, como la música country y el pollo frito en un palo de la gasolinera.
Pero había venido a la u
a su ventana, llenando la habitación con su olor suave y la promesa de ramos de
niversidad aquí para encontrarse a sí misma, para que su vida comenzara finalmente. Seguía teniendo que decirse eso a sí misma.
260
—Jordan estaba diciendo que su becino de al lado piensa que eres guapa. —
Nora ondeó su oscuro pelo hasta la cintura—. Pero él es un jugador, por lo que estoy dejando claro que tú, querida, eres una dama. ¿Quieres ir allí un rato antes de esa otra fiesta de la que te hablé esta noche?
—Claro. —Luce hizo saltar el tapón de la Coca-Cola que había comprado en la máquina expendedora junto a las estaciones llenas de detergente de la lavandería.
—¿Pensé que estabas siguiendo una dieta?
—Lo hacía. —Luce alcanzó en la cesta de la ropa la lata que había comprado para Nora—. Lo siento, debo de haberla dejado en la planta baja. Iré a buscarla. Vuelvo enseguida.
—Pas de prob —dijo Nora, practicando su francés—. Pero date prisa. Hailey dice que hay un equipo de fútbol infiltrado en su lado de la sala. Futbolistas igual a buenas fiestas. Debemos ir por allá pronto. Tengo que ir —dijo en el teléfono—. No, llevo la camiseta negra. Luce lleva la amarilla, ¿ o te vas a cambiar? De cualquier manera…
Luce indicó a Nora que estaría de vuelta y se dispuso a salir de la habitación. Tomó las escaleras de dos en dos, bajando los pisos de la residencia hasta que se paró en la alfombra marrón hecha jirones en la entrada del sótano, a la que todos en la universidad llamaban la Fosa, un término que hacía a Luce pensar en melocotones.
En la ventana que daba al patio, Luce se detuvo. Un coche lleno de chicos estaba detenido en el camino circular de la residencia. A medida que salían, riendo y dándose empujones unos a otros, Luce vio que todos tenían camisetas del Emerald Varsity Soccer. Luce reconoció a uno de ellos. Su nombre era Max y había estado en un par de sesiones de orientación de Luce esta semana. Era realmente guapo —pelo rubio, gran sonrisa blanca, aspecto típico de chico de preparatoria (a los que reconocía ahora después de que Nora le dibujara un diagrama el otro día en el almuerzo). Nunca había hablado con Max, ni siquiera cuando estuvieron asociados con otros pocos chicos en la búsqueda del tesoro del campus. Pero tal vez si él iba a estar en la fiesta de esta noche…
Todos los chicos saliendo de ese coche eran muy guapos, que para Luce era igual a intimidante. No le gusta
Diecisiete años má tarde. Luce sujetó la tarjeta llave de su dormitorio entre los dientes, estiró elcuello para hacerla pasar a través de la cerradura, esperando el pequeño clic eléctrico, y abrió la puerta con la cadera.Sus manos estaban llenas: su cesta de la ropa plegable de color amarillo estaba colmada con ropa, la mayoría había encogido durante su primer ciclo de secado fuera de casa. Dejó caer la ropa en su estrecha litera inferior, asombrada de haber encontrado una manera de meter tantas cosas en un espacio de tiempo tan corto. Toda la semana de orientación de primer año en el Colegio Esmeralda había pasado en una inquietante nebulosa.Nora, su nueva compañera de cuarto, la primera persona fuera de la familia de Luce que la vio usando su retenedor (pero fue genial, porque Nora tenía uno, también), estaba sentada en el alféizar de la ventana, pintándose las uñas y hablando por teléfono.Ella siempre se estaba pintando las uñas y hablando por teléfono. Tenía un estante entero dedicado a botellas de quitaesmaltes y ya le había hecho a Luce dos pedicuras en la semana en la que se habían conocido.—Te estoy diciendo que Luce no es así. —Nora saludó con entusiasmo a Luce, quien se apoyó en el somier de la cama, escuchando a escondidas—. Ella nunca ha besado a un chico. Está bien, una vez, Lu, cuál era el nombre de ese chico renacuajo, el del campamento de verano del que me hablaste…—¿Jeremy? —Luce arrugó la nariz.—Jeremy, pero fue, como, verdad o atrevimiento o algo así. Un juego de niños.Así que sí…—Nora —dijo Luce—. ¿Esto es algo que realmente debas compartir con… quiénsea que estás hablando?—Sólo Jordan y Hailey. —Se quedó mirando a Luce—. Estamos en altavoz. ¡Hola! 258 Nora señaló por la ventana a la oscura noche de otnño. Su dormitorio estaba enun bonito edificio de ladrillo blanco en forma de U con un pequeño patio en el centro, donde todo el mundo se juntaba todo el tiempo. Pero ese no era el lugar al que Luce estaba señalando. Directamente a través de la ventana del tercer piso de Luce y Nora había otra ventana del tercer piso.El cristal estaba levantado, piernas bronceadas colgando fuera, y dos brazos de chicas aparecieron, saludando.—¡Hola, Luce! —gritó una de ellas.Jordan, valiente rubia fresa de Atlanta, y Haliey, pequeña y siempre riéndose, con el pelo negro y espeso que caía en oscuras cascadas alrededor de su cara. Ellas parecían agradables, pero ¿por qué estaban discutiendo todos los chicos que Luce nunca había besado?La universidad era tan extraña. Antes de que Luce hubiera conducido los más de tres mil kilómetros hasta el Colegio Esmeralda una semana antes, podría haber nombrado cada vez que había estado fuera de Texas—una vez para las vacaciones familiares a Pikes Peak en Colorado, dos veces para el campeonato regional de natación se encontraron en Tennessee y Oklahoma (el segundo año, batió su propio récord personal en estilo libre y se llevó a casa una cinta azul para el equipo), y las vacaciones anuales de visita en casa de sus abuelos, en Baltimore. Mudarse a Connecticut para ir a la universidad fue un gran negocio para Luce. La mayoría de sus amigos del Instituto de Secundaría Plano iban a las escuelas de Texas. Pero Luce siempre había tenido la sensación de que había algo esperando su salida en el mundo, que tenía que salir de casa para encontrarlo.Sus padres la apoyaban —sobre todo cuando consiguió esa beca parcial por su estilo mariposa. Había metido toda su vida en una bolsa de lona roja de gran tamaño y llenado un par de cajas con sus recuerdos sentimentales favoritos de los que no podía separarse: el pisapapeles de la Estatua de la Libertad que su padre le había traído a su regreso de Nueva York; una foto de su madre con un mal corte de pelo cuando tenía la edad de Luce, el peluche que le recordaba al perro de la familia, Mozart. La tela a lo largo de los asientos traseros de su maltrecho Jeep estaba deshilachada, y olía como polos de cereza, y esto era confortable para Luce. Así estaba viendo la parte de atrás de las cabezas de sus padres cuando, mientras, su padre conducía al límite de velocidad durante cuatro largos días hasta la Costa Este, parando de vez en cuando para leer los marcadores históricos y hacer un recorrido en una fábrica de galletitas saladas en el noroeste de Delaware.Hubo un momento en el que Luce pensó en dar marcha atrás. Ya estaban a dos días de casa, en algún lugar de Georgia, y el —atajo— de su padre a su motel les llevó a lo largo de la costa, donde la carretera tenía grava y el aire empezaba a apestar desde esa maloliente hierba. Estaban apenas a un tercio del trayecto a la 259 escuela y Luce ya echaba de menos a su perro, la cocina donde su madre hacíabollos, y a propósito, a finales del verano, los Rosales de su padre crecían en tornoa su ventana, llenando la habitación con su olor suave y la promesa de ramos deflores recién cortadas.Y fue entonces cuando Luce y sus padres pasaron por delante de un largo y tortuoso camino con una puerta alta y premonitoria que parecía electrificada, como una prisión. Un cartel en el exterior de la puerta decía en letras mayúsculas de color negro ESPADA & CRUZ ESCUELA REFORMATORIO.—Eso es un poco inquietante —sonó su madre desde el asiento delantero, mirando hacia arriba desde su revista de decoración—. ¡Me alegro que no vayas a esa escuela de allí, Luce!—Sí —dijo ella—. Yo también. —Se volvió y miró por la ventana hacia atrás hasta a las puertas desapareciendo en los sinuosos bosques. Entonces, antes de darse cuenta, estaban cruzando Carolina del Sur, más cerca de Connecticut y su nueva vida en el Colegio Esmeralda con cada revolución de los nuevos neumáticos del Jeep.Entonces estaba allí, en su residencia, y sus padres estaban de vuelta en Texas. Luce no quería que su mamá se preocupara, pero la verdad era que estaba desesperadamente nostálgica. Nora era genial—no era eso. Habían sido amigas desde el momento en que Luce entró en la habitación y vio a su nueva compañera de cuarto girar un póster de Albert Finney y Audrey Hepburn en Dos en la Carretera. El vínculo se cimentó cuando las chicas habían tratado de hacer palomitas de maíz en la cocina de la residencia a las dos de la mañana la primera noche y sólo lograron encender la alarma contra incendios, enviando a todo el mundo fuera en pijama. Toda la semana de orientación, Nora había salido de su camino para incluir a Luce en cada uno de sus muchos planes. Había ido a una escuela preparatoria de lujo antes de Esmeralda, así que entró en orientación de la universidad ya acostumbrada a la vida dentro de una residencia. No le parecía extraño que hubiera muchos chicos viviendo en la puerta de al lado, que la estación de radio online del campus era la única manera aceptable para escuchar música, que había que pasar una tarjeta para hacer cualquier cosa por aquí, que los documentos de clase tendrían que tener la friolera de cuatro páginas.
Nora tenía todos estos amigos de la Preparatoria Dover, y parecía tener doce más cada día —como Jordan y Hailey, todavía colgando y saludando a través de su ventana.
Luce quería mantener el ritmo, pero se había pasado toda la vida en un somnoliento rincón de Texas. Las cosas eran más lentas allí, y ahora se dio cuenta de que le gustaba de esa manera. Se encontró suspirando por cosas que siempre había dicho que odiaba en su casa, como la música country y el pollo frito en un palo de la gasolinera.
Pero había venido a la u
a su ventana, llenando la habitación con su olor suave y la promesa de ramos de
niversidad aquí para encontrarse a sí misma, para que su vida comenzara finalmente. Seguía teniendo que decirse eso a sí misma.
260
—Jordan estaba diciendo que su becino de al lado piensa que eres guapa. —
Nora ondeó su oscuro pelo hasta la cintura—. Pero él es un jugador, por lo que estoy dejando claro que tú, querida, eres una dama. ¿Quieres ir allí un rato antes de esa otra fiesta de la que te hablé esta noche?
—Claro. —Luce hizo saltar el tapón de la Coca-Cola que había comprado en la máquina expendedora junto a las estaciones llenas de detergente de la lavandería.
—¿Pensé que estabas siguiendo una dieta?
—Lo hacía. —Luce alcanzó en la cesta de la ropa la lata que había comprado para Nora—. Lo siento, debo de haberla dejado en la planta baja. Iré a buscarla. Vuelvo enseguida.
—Pas de prob —dijo Nora, practicando su francés—. Pero date prisa. Hailey dice que hay un equipo de fútbol infiltrado en su lado de la sala. Futbolistas igual a buenas fiestas. Debemos ir por allá pronto. Tengo que ir —dijo en el teléfono—. No, llevo la camiseta negra. Luce lleva la amarilla, ¿ o te vas a cambiar? De cualquier manera…
Luce indicó a Nora que estaría de vuelta y se dispuso a salir de la habitación. Tomó las escaleras de dos en dos, bajando los pisos de la residencia hasta que se paró en la alfombra marrón hecha jirones en la entrada del sótano, a la que todos en la universidad llamaban la Fosa, un término que hacía a Luce pensar en melocotones.
En la ventana que daba al patio, Luce se detuvo. Un coche lleno de chicos estaba detenido en el camino circular de la residencia. A medida que salían, riendo y dándose empujones unos a otros, Luce vio que todos tenían camisetas del Emerald Varsity Soccer. Luce reconoció a uno de ellos. Su nombre era Max y había estado en un par de sesiones de orientación de Luce esta semana. Era realmente guapo —pelo rubio, gran sonrisa blanca, aspecto típico de chico de preparatoria (a los que reconocía ahora después de que Nora le dibujara un diagrama el otro día en el almuerzo). Nunca había hablado con Max, ni siquiera cuando estuvieron asociados con otros pocos chicos en la búsqueda del tesoro del campus. Pero tal vez si él iba a estar en la fiesta de esta noche…
Todos los chicos saliendo de ese coche eran muy guapos, que para Luce era igual a intimidante. No le gusta
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